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El pulso del planeta

Siento pasar el susurro de la brisa cercano a mis sentidos y me cuentan de un mañana diferente. Hablo con las hojas del olvido y me cuentan de un presente indiferente. El suelo cobra vida y me invade por los pies penetrando por mis dedos con su furia y su tristeza, dejando que mi sangre corra por los ríos del silencio de un mundo sin fronteras, limitado por el pensamiento absolutista del rencor. ¿Cuánto más nos queda? El aire enrarecido me pide que lo filtre a través de mis caricias y la mar, oh!, la mar, tan profunda y apenada por guardar los secretos del azul antiguo, sin poder decir lo que nos toca hacer. Sentado en una roca que en otrora fuera parte del planeta, la luna llora con lágrimas de perla blanca, mientras un lucero la arruya junto a las nubes del olimpo y le cantan una canción desesperada. Estoy al borde del abismo al sentir el pobre y lento latido de un planeta moribundo, pero más me deja inerme, solo, oscuro y triste, el inmenso vacío que el ruido de la urbe me produce, al ver la inconsciencia manifiesta de mi especie. ¿Cómo salvar al planeta del hombre si el hombre no se salva así mismo en el planeta?
Con el pasar de los soles y las lunas, mi corazón, invadido por las raíces de la madre tierra, casi al unísono con el temblor de su pulso, siento como sus ríos de lava se entremezclan con mi sangre y de nuevo gritan sus esferas más profundas un sin fín de oraciones al espíritu de Gaia, en busca de la sanación conjunta entre el eslabón perdido y el último volcán en extinción. No sé como salir de este sueño que me adentra en las entrañas de la tierra, para sentir su sufrimiento, sus deseos y agonía. Un humano, dos humanos, tres humanos reciclan emociones y beben del elixir de un futuro mejor. Mil humanos, millones de almas que transitan sobre el planeta destruyen con su amargura el latir del corazón. El pulso del planeta está a punto de un colpaso. Su infarto es inminente, su asfixia es nuestra asfixia y aún así, continuamos la danza irreductible que marca el camino hacia la autodestrucción. La especie dominante del planeta ha perdido. Nuestro único hogar está a punto de extinción y sin embargo, vivimos como si jamás conoceremos la muerte. Nos toca aprender a morir para vivir con sentido de trascendencia. Nos toca aprender a vivir para morir con dignidad. Este es el debate en el que mi alma se encuentra, mietras la tierra lucha, lucha, sin poder volver atrás.
Siento la brisa que acaricia mis sentidos, el susurro de las hojas y el saludo de la mar. Siento la esperanza perdida en la sonrisa de un niño, en el sol y su cantar. Quiero creer en un mundo sano, alegre, sobre el cual caminan humanos de verdad. Mi sangre fluye al compás de las estrellas. Convertirme en humanoide: ¡JAMÁS!