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El País que tenemos, o ¿el que queremos?


Hace unos años escribí un artículo sobre la violencia en Venezuela. Fue una época en la que comenzábamos a ver en las noticias crímenes diferentes a los comunes, con alta carga psicopática y dramáticas. En mi artículo mencionaba, entre otras cosas, que crímenes de naturaleza atroz, dantescos y cargados de violencia extrema seguirán sucediendo en nuestro País mientras continua el deterioro social auspiciado principalmente por el Estado Venezolano. Actualmente leemos en la prensa nacional sobre niños torturados y asesinados, niños pateados hasta la muerte, niños raptados para su venta, hombres que asesinan a sus mujeres, hijos que asesinan a sus padres y pare de contar. Cada vez más aparecen crímenes con características altamente psicopáticas, que en lo personal, es la expresión más cruda, el síntoma más claro de la enfermedad social que vivimos y padecemos, producto de una violencia continuada, sistemática y continua que ha sido permisaza, perpetuada y avalada por el Estado venezolano. Los habitantes de nuestro País somos violentados continua y perennemente a diario: tráfico insoportable, transporte público insostenible, vialidad deteriorada, servicio eléctrico deficiente, aguas contaminadas, sistemas públicos de salud, judicial y educativo consumidos por la desidia, el abandono y la ineficiencia, un discurso político violento, hacinamiento carcelario, impunidad continua, es decir, somos un País de maltratados. ¿Cuál es la promesa de futuro de nuestros jóvenes? Si vas preso te pagan sueldo mínimo (más que a un maestro), si sales embarazada te pagan, si insultas, incluso públicamente a través de medios de comunicación masivos, no eres castigado, total, eso es normal. Hemos aprendido a ver como normal lo anormal, como permisible lo inconcebible y la sumisión se ha vuelto nuestra única defensa bajo el nombre de desesperanza aprendida: haga lo que haga, nada va a cambiar. Vivimos en una sociedad sociopatizada. Sí, ¡enfermos! Nuestro perfil psiquiátrico social se pasea por la depresión, pasa por el alcoholismo y se expresa en la esquizofrenia del tipo paranoide. Me explico mejor.

Nosotros los venezolanos somos altamente dramáticos, tenemos lo que yo llamo un gen dramático. Nos encanta una novela (siendo la misma historia desde hace 40 años, poco educativa y altamente sociopática). Nos encanta un drama, un rollo, un llantén, pareciera que fuéramos adictos al caos. Muchos antidepresivos ahora se venden sin récipe al punto que puedo dar fe de ello porque me lo dicen mis pacientes. El gen dramático del venezolano existe y se expresa a diario en una competencia sobre quién tiene más conflictos que quien. Somos voraces hasta en el dolor, siempre queremos tener más que los demás. Así como somos depresivos, somos un País donde en cada pueblito existe una escuela, un registro civil, un supermercado, un abasto, una plaza Bolívar y 9 licorerías. Un estudio realizado en nuestro País sobre adicciones determinó que el 71% de los venezolanos no concebimos lo que es compartir, sin alcohol de por medio. Somos un País alcoholizado donde aparecemos en la lista de los países que más consumen alcohol per cápita, de ¡segundos!  Tenemos creencias sobre el beber alcohol que refuerzan la conducta adictiva: “yo manejo mejor cuando estoy rascao’!”; jugamos dominó mejor cuando estamos borrachos o podemos embellecer a una chica que no nos guste, físicamente, de acuerdo a cuánto alcohol  bebamos esa noche. Incluso decimos que el alcohol es el lubricante social con el que las feas pierden su virginidad. (y lo peor es que nos reímos al leerlo). Con respecto a la conducta esquizoide, pues bien, es lo que vemos a diario: alta incongruencia, lo que sentimos es contrario a lo que hacemos, la rabia la expresamos a través del celular enviando cadenas de “protestas” donde mandamos a vestirnos de blanco o colocar globos (como si fuera una fiesta). Estamos paranoicos gracias a la actuación de un sistema de gobierno que ha generado una política de Trastorno de Angustia Generalizado que se expresa a las cuatro de la madrugada cuando llegas a casa de una fiesta y la angustia no te deja meter la llave en el cerrojo para abrir la puerta de tu casa, mientras no puedes evitar pensar en que te pueden matar, asaltar, violar, raptar, expropiar, malograr, maltratar, disparar, robar y todo lo que termine con “ar” (expresión pirata muy conocida por todos, Arrg!). Frente a este escenario: depresivos alcohólicos y paranoicos, no nos queda mucho qué definir como futuro de una sociedad en franco deterioro.

Esta desesperanza aprendida ya mencionada, según se lee en los libros de psicología, puede desaparecer cuando sucede un evento de alto impacto social que genera cambios inmediatos en la consecución de los eventos que se venían sucediendo, generando un cambio de rumbo de la sociedad de un País. ¿Qué hacemos? Pareciera que no hay mucho que hacer en el día a día. La criminología es clara cuando expresa que una forma de disminuir la violencia social es mejorando la calidad de vida de esa sociedad. Entonces hagámosle caso a esta ciencia tan útil pero poco utilizada (al menos aquí). ¿Cómo mejoramos nuestra calidad de vida? Revisando internamente en cada uno de nosotros cómo somos parte del conflicto. Chequeando que tan afectivo soy en casa con mi pareja e hijos, si cumplo con ser un buen ciudadano al no ensuciar las calles, respetando los semáforos, dándole paso a los demás, sonriendo más a menudo, canalizando mis quejas de forma adecuada, protestando cuando es legítima mi protesta, denunciando a tiempo, participando con mis vecinos en formas de mejorar nuestros ambientes, siendo prudentes con conductas preventivas para evitar ser víctimas de la inseguridad, exigiendo a los líderes que cumplan su trabajo, exponiendo en las redes sociales a los que no cumplan con su trabajo, protegiendo a nuestros hijos, participando en las escuelas y exigiendo calidad en la enseñanza así como calidad en los servicios recibidos tanto públicos como privados. Había mencionado que era simple, ¿verdad? Pues, ¡lo es! El problema está en que nos hemos acostumbrados a ser parte de un sistema enfermo donde nos quejamos de la corrupción pero le pagamos a un policía para que nos deje ir si cometimos una infracción de tránsito. Vemos a funcionarios trasgredir las mismas normas que nos exigen cumplir y no lo protestamos, vamos a trabajar a un “Palacio de Justicia” bajo calor, incomodidades y no las protestamos, o trabajamos en un hospital donde no hay un baño decente para residente pero tampoco nos quejamos porque esa es nuestra realidad. Amigos y amigas lectores y lectoras, nuestra realidad la creamos nosotros mismos. Si no asumes el control de tu propia vida te expones a que algo o alguien lo haga por ti. No podemos seguir inermes, paralizados, sumisos y cuadrapléjicos frente a una realidad que nos consume, nos deteriora y nos mata como un virus lo hace con las células del cuerpo. Seamos el antivirus a través de ¡conductas congruentes! Así como les digo a mis pacientes que asisten a terapias de pareja: tienes derecho a exigir cómo quieres ser amada o amado, así mismo quiero decirte que TODOS tenemos el DERECHO de EXIJIR qué País le vamos a dejar a nuestros hijos. Si no te conMUEVE tu propia vida, será que por los hijos ¿nos moveremos?